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Cine y anarquismo. Unas notas

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18.03.2024

Al margen del cine que trata al anarquismo con arreglo al arquetipo del terrorismo, podemos encontrar, incluso en el cine más comercial de Hollywood, huellas de lo que podríamos considerar un discurso libertario. Lo hallamos tanto en los personajes rebeldes contra el orden establecido o luchadores por causas justas, como en películas que denuncian injusticias y opresiones o apuestan por la libertad.

En la muy compleja relación entre el cine y el anarquismo seguramente la primera dificultad consiste en identificar un cine que se atenga a la definición de anarquista. No obstante, las huellas de un cine anarquista son muchas, y especialmente abundantes en determinado cine norteamericano que puntual y parcialmente realiza apologías del individualismo solidario que rechaza la autoridad, y que se implica en un combate en nombre de una concepción extrema de la libertad contra algunos poderes establecidos.

Fuera de estas excepciones, el discurso dominante de Hollywood sobre el anarquismo se centra básicamente en su estereotipo terrorista, claramente visible sin ir más lejos en el cine cómico mudo. Por ejemplo, en el genial Buster Keaton, baste citar el caso Cops (1925) sobre la que Porton escribió: «Buster Keaton tiene un paradójico doble filo: la película participa de la demonización habitual del terrorismo anarquista y al mismo tiempo permite que el ingenioso Buster perturbe, sin darse cuenta, la paz de un desfile al que asiste toda una legión de policías y de acartonados dignatarios» (2001, p. 26), perturbación digamos congénita en muchas de sus películas, algunas de las cuales –se me ocurre en particular Seven Chances (Siete ocasiones, 1925)– acaban poniendo todas las convenciones bocabajo. De hecho, esta «anarquía» es bastante consustancial con la mejor comedia, incluyendo las también clásicas de, por ejemplo, Howard Hawks (La fiera de mi niña, La novia era él), otro conservador de doble filo y, por supuesto, del mejor Charles Chaplin de tantos cortos enloquecidos (en los que no falta tampoco la figura del nihilista o anarquista barbudo que, involuntariamente, acaba de desencadenar la desestructuración de un orden repelente), por no hablar de sus obras más geniales y lúcidas como Modern times (Tiempos modernos, 1935), disfrutada por generaciones de obreros rebeldes a la automatización que, como los infelices protagonistas, sueñan con un horizonte de libertad.

Estos mismos criterios son extensibles, aunque ahora desde una vertiente todavía más surrealista, a las películas más salvajes de los Hermanos Marx, pero también en la «abuelita Capra», que contaba cuentos deliciosos y en nada inocentes, algunos tan anarquistas como You can’t it With you (Vive como quieras, 1935), en la que se describe una familia, la de Martin Vanderhof (extraordinario Lionel Barrymore), cuya amplitud la convierte de hecho en una auténtica comuna, un espacio en el que se admiten todo tipo de actividades (ninguna de ellas guiadas por el afán de lucro, ya que el desprecio al dinero es el criterio que más les une), en donde no se pagan impuestos porque no creen en el gobierno, y donde oponen sus excentricidades a las tentativas de acaparar el monopolio de la venta de armas de Mr. Kirby (Edward Arnold), el magnate que quiere comprarles su casa a cualquier precio en aras de sus ambiciones inmobiliarias, y que acaba provocando la muerte de su competidor por infarto. La comuna es de hecho una isla utópica opuesta al capitalismo salvaje, aunque al final, como si tuviera que pagar un peaje por haber llevado sus ambiciones demasiado lejos, Capra se ve obligado a imponer un increíble happy end en el que el poderoso (Edward Arnold) resulta milagrosamente convertido, e integrado a la familia, cuando en la realidad estas cosas siempre suelen ser muy distintas. Al final, todo resulta bastante ligtht y asimilable, sin embargo, no deja de proclamar verdades como puños y de respirar un aire creativo y crítico, seguramente el máximo de «radicalismo» posible en el marco del cine comercial norteamericano.

Igualmente se detecta un poderoso sentimiento libertario en algunos de las grandes aportaciones del género de aventuras, y creo que esto resulta evidente en el caso concreto de The flame and the arrow (El halcón y la flecha, 1950), una historia revolucionaria situada en una Lombardía medieval oprimida por los señores, y donde la revuelta de los campesinos obliga al chico (Dardo, Burt Lancaster), a evolucionar desde el individualismo («Yo no dependo de nadie»), hacia una aceptación de la acción colectiva, y proclamar: «Un hombre no puede vivir solo para sí». Escrita por el comunista represaliado Waldo Salt a partir del modelo de Robín Hood (un........

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