ERRICO MALATESTA fue el principal representante de la concepción voluntarista y militante del anarquismo, cuyo pensamiento (Caserte, 1853-Roma, 1932), «más próximo a Bakunin que a Kropotkin, sin embargo se destaca radicalmente de ambos, no en los sentimientos naturalmente ni siquiera en las conclusiones, ni en los objetivos deseados en la táctica general, sino en la explicaciones, argumentaciones e interpretaciones, las cuales, sí pueden a primera vista parecer secundarias y de poca importancia práctica, no dejan de ejercer una fuerte influencia, a veces decisiva, sobre la mentalidad y psicología de los anarquistas militantes, y, por lo tanto sobre el movimiento y sobre los hechos» (Fabbri).
Vernon Richards complementa este retrato escribiendo: «…si Malatesta no alcanzó el mismo grado de estima que Kropotkin en el movimiento anarquista es por la sola razón de que la mayor parte de sus escritos, publicados en periódicos que él mismo dirigía (seis en distintos lugares y etapas de su vida), desempañaban una función específicamente periodística en órganos de agitación y salían a la calle sólo cuando sabía que podía aprovechar una determinada situación política (…)
El papel de Malatesta fue el de intentar crear un movimiento coordinado allí donde las energías anarquistas estaban dispersadas y desorganizadas» Malatesta, que en palabras de Fabbri, escribió su mejor libro con su propia vida, nació en el seno de una familia con cierta fortuna —que cuando estuvo en sus manos puso al servicio del movimiento—, y realizó estudios universitarios en la Facultad de Medicina de Nápoles, lugar donde se inició para la lucha.
Entró entonces en las filas del republicanismo garibaldino, y no tardó en sentirse identificado con su tendencia más extrema y con las ideas socialistas.
Estos pasos le llevaron con los «jóvenes leones» (Cafiero, Fanelli, etc.), que entraron en la órbita de Bakunin, al que uno de ellos llamó significativamente el «Garibaldi del socialismo». Malatesta interviene con fervor en las aventuras insurreccionales de la sección italiana de la AIT, y en 1872 su presencia se hará notar en el Congreso «antiautoritario» de Saint Imier, donde conoce personalmente a Bakunin, «al gran «revolucionario, aquel a quien todos nosotros miramos como a nuestro padre espiritual». Más tarde puntualizará su rechazo a la denominación de bakuninistas: «no lo somos, dice, ya que no participamos de todas las ideas teóricas y prácticas de Bakunin, y no lo somos, mayormente porque seguimos las ideas y no los hombres y nos rebelamos contra esa costumbre de encarnar un principio en un hombre».
En 1874, de regreso a Italia, participa en el fracasado movimiento insurreccional de Bolonia. Después de visitar por última vez a su maestro en Suiza, se dirige a España donde se ocupa de la propaganda y organización de la Internacional y de la Alianza, e interviene en las luchas sociales de Jerez. Después de una breve estadía en Nápoles, llevado por su fiebre activista, procura de intervenir infructuosamente en la rebelión de Herzovigina contra los turcos.
En 1876........