Leyendo a dos clásicos
Escribía Italo Calvino, Por qué leer a los clásicos (Tusquets, 1993) señalando entre otras cuestiones que los clásicos se tratan de aquellos libros de los que se suele oír decir «estoy releyendo…», y nunca «estoy leyendo», a lo que añadía el escritor italiano trece tesis más acerca de la conveniencia de leerlos ya que abren nuevos caminos, nos hacen conocer nuevas vidas e historias, provocan dudas y reflexiones, dejando su huella tras su lectura. Es el caso de estos dos libros, editados por Acantilado en su colección Cuadernos, que he releído y que traigo a esta página.
Con respecto a Franz Kafka (Praga, 1883 – Kierling, 1924), decía Susan Sontag en su Contra la interpretación, que su obra había sido sometida a una violación masiva, que si política, religiosa judía, profética, fruto de una psicología atormentada, etc., etc., etc.. No parece mala salida la interpretación que expresaba Bruno Schulz cuando afirmaba que «los libros de Kafka no son un cuadro alegórico, o una exégesis de doctrina alguna, son una realidad poética», valoración coincidente con la que manifestase Herman Hesse: «los textos de Kafka no son ni religiosos, ni metafísicos, ni orales, sino simplemente poéticos».
Ahora ve la luz «Un médico rural. Pequeños relatos» que reúne catorce relatos que se publicaron en 1920. No me duelen prendas al señalar que la edición es de gran interés, obviamente por los relatos que contiene, y lo digo por el Epilogo de Luis Fernando Moreno Claros, quien ya con anterioridad había traducido y comentado otras obras del escritor praguense: La condena y El fogonero, Tú eres la tarea. Aforismos, y En la colonia penitenciaria (https://kaosenlared.net/franz-kafka-avisador-de-incendios/). El ensayo al que me refiero, que ocupa mayor extensión que los propios relatos kafkianos, es brillante y clarificador tanto en lo que hace a las circunstancias de elaboración y publicación de los textos presentados, además de hacernos reparar en el momento que atravesaba la existencia del escritor, como de ciertas pistas que sin mostrar, una visión fija y cerrada, se ofrecen de cara a una lectura más centrada. Hablaba Borges refiriéndose a esta colección de relatos como sórdidas pesadillas escritas en un estilo limpio. El propio Kafka dejaba abiertos los textos para la interpretación de los lectores, sin tratar de imponer mensaje alguno; precisamente esto es lo que hace que las interpretaciones se hayan prodigado al por mayor.
Los protagonistas de los cuentos son hijos de una época que también es la nuestra, en la medida que sigan manteniéndose vivos e interesando a los lectores de hoy; el médico que acude al lecho de un paciente una noche de tormenta, el artesano cuya ciudad ha sido invadida por una temible tribu nómada, el mensajero imperial que jamás llegará a su destino…están lejos de las sombras que mostraban algunos relatos anteriores que mostraban, o insinuaban, los horrores de la guerra, y en cierta medida del colonialismo. Estos de los que hablo se mueven más por los pagos de la fábula, de ciertas ensoñaciones que bordean los límites borrosos de la vigilia y el sueño. Moreno Claros los encuadra dentro de los relatos propios de algunas corrientes del judaísmo, los jasidim.
El bestiario de Kafka era amplio y en estos cuentos se puede ver diferentes animales, no hay más que recordar La transformación, dándose en estos relatos la presencia de algunos caballos, los chacales, la rata Josefina o el inolvidable mono Rotpeter de Informe para una Academia, en el que planean los temas de la libertad, del entre-dos hombre/animal, la asimilación, etc. Rabinos, carros de caballos, sensaciones de vuelo, y galerías en las que los espectadores juegan un papel esencial…no........
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