Una amiga acaba de pagar 20 dólares por unos espejuelos. ¡20 dólares! Y lo más llamativo, además del irrespetuoso precio de marras, es que tuvo que pagar como exigencia del optometrista-vendedor, con el afamado billete estadounidense. Contrario a lo que pudiéramos imaginar y para mayor indignación, la compraventa se consumó en la propia consulta del policlínico habanero Tomás Romay, de La Habana Vieja.
Ciertamente, esta amiga dio el dinero porque quiso y necesitaba el producto, según ella. Pero la cosa no paró ahí, pues debió dar también 3 000 pesos adicionales. O sea, todo un servicio privado, indeseable y antiético de altas consecuencias legales por realizarse a la sombra de una institución de la Salud Pública. Se trata de un hecho vergonzoso donde, al parecer, habita una cadena sólida de aprovechados. Sin dudas, no tienen otro calificativo que el de oportunistas.
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