¡Cuánta responsabilidad asumimos cuando nos convertimos en referentes del idioma! La exigencia crece a medida que pasa el tiempo porque se espera que pronunciemos bien, que no cometamos errores gramaticales y que, con la entonación certera, transmitamos contenidos o simplemente, conversemos con quien nos escucha del otro lado.

Me refiero al rol de locutor o conductor de espacios radiales y televisivos. Aunque en estos tiempos, tal y como hablamos de periodismo ciudadano, existen mil plataformas para que todo el que lo desee, comparta podcasts y se haga de su propio espacio para comunicar.

De cualquier modo, cuando se asume el oficio o la profesión de hablar ante un micrófono o una pantalla, somos desde ese instante responsables de lo que decimos y de cómo lo decimos. Con la impronta personal que nos distinga debemos respetar normas elementales de la locución, sin caer en engolamientos ni plasticidades sonoras. Ser leales a un legado básico que permite ejercer, con profesionalidad, lo que tantos nombres ya prestigiaron.

Sucede que no siempre es así. Pasa también que cuando se tiene la oportunidad de enseñar a quienes aspiran a serlo también, el reto es doble. No imaginaba cuántas expectativas tienen y cuántas interrogantes sobre determinados momentos en los cuales, según recuerdan, no se expresaron bien las cosas. La ética obliga a no comparar ni criticar abiertamente porque, en definitiva, todos somos aprendices a lo largo de nuestras vidas.

Comprendo entonces que la formación es vital y ante todo, la selección previa. Existen las pruebas de aptitud y se requiere, además, el título universitario, aunque en contadas excepciones, han sido aceptados estudiantes. Y claro que la voz es importante, pero aun con una extraordinariamente perfecta para la profesión, el bagaje cultural resulta fundamental y también la forma en la que nos apropiamos de los textos y las ideas (en caso de que se necesite improvisar).

Convoquemos a la superación a nuestros profesionales de la palabra e instemos a las entidades en las que nos desempeñamos a que sean exigentes, mucho más, con nuestro trabajo. Muchas personas nos escuchan y ellas merecen respeto y calidad.

Impregnemos de naturalidad nuestros espacios, sin caer en vulgaridades. Marquemos pautas desde lo bien hecho. Crezcamos cada día y no nos viciemos. Aprendamos a no amarrarnos a un papel y tener siempre qué decir. No es hablar por hablar. Es hacerlo bien.

Comparte esta noticia

Del hablar bien

Del hablar bien

¡Cuánta responsabilidad asumimos cuando nos convertimos en referentes del idioma! La exigencia crece a medida que pasa el tiempo porque se espera que pronunciemos bien, que no cometamos errores gramaticales y que, con la entonación certera, transmitamos contenidos o simplemente, conversemos con quien nos escucha del otro lado.

Me refiero al rol de locutor o conductor de espacios radiales y televisivos. Aunque en estos tiempos, tal y como hablamos de periodismo ciudadano, existen mil plataformas para que todo el que lo desee, comparta podcasts y se haga de su propio espacio para comunicar.

De cualquier modo, cuando se asume........

© Juventud Rebelde