La tan proclamada “paz total” de Gustavo Petro, a estas alturas de su mandato, se ha convertido en una retórica vacía, carente de resultados y plagada de contradicciones. En lugar de acercarnos a la pacificación, Colombia enfrenta el recrudecimiento de la violencia, alimentado por el debilitamiento alarmante de las instituciones encargadas del orden público. Mientras tanto, los grupos criminales se fortalecen, amparados por un gobierno cuya permisividad ha paralizado el accionar de la Fuerza Pública. La realidad es innegable: bajo el pretexto de la paz, los delincuentes operan con libertad.
Las múltiples “mesas de diálogo” abiertas por el gobierno, carentes de plazos y compromisos, se han convertido en escenarios que legitiman el terror cotidiano. A ello se suman centenares de solicitudes para levantar órdenes de captura contra peligrosos criminales, gestionadas con una laxitud inexplicable. Como si esto fuera........