Algunos días noviembre nos deleita –es una manera de verlo– con sus mañanas de niebla. La niebla extraviaba a los arrieros, como en los poemas sorianos de Machado, pero posee una belleza espectral, el agónico fulgor sobre la oscuridad del mundo; en ella, cuando es tan espesa que humedece el rostro y enfría el aliento, nos movemos como quien pisa el umbral de lo desconocido, ese paso del que quizá no haya retorno.
La niebla de antaño, te cuentan, difuminaba las masadas, confundía los caminos, apagaba el rumor de las fuentes, borraba bardas y........