Uno quisiera quedarse con la imagen de la infancia, cuando las últimas matanzas. Crueldad -los chillidos del puerco, el cuchillo matarife, el bíblico fuego de las aliagas- salpimentada de fiesta y calculado desbarajuste en la vieja casa de techos bajos. Lo recuerdo todo, hasta la helor cortante del invierno que secaba perniles y embuchados, y propiciaba los sabañones; y recuerdo también el tacto goloso del embutido, el brillo promisorio de las morcillas asadas, y, trascurridas las semanas, el placer oculto en la tinaja de conserva, su mancha de........