El rey ordenó al obispo que embarcase rumbo a Roma, para buscar allí ciertas obras de doctrina que sus consejeros le habían recomendado conseguir.
Era el año 642, el rey era el visigodo Chindasvinto y el obispo, de nombre Tajón, era el de Zaragoza. El hombre, ya en Roma, pasó días en infructífera búsqueda. Una noche decidió hacer vigilia, junto a los restos mismos de san Pedro, orando al Señor e implorando su misericordia para obtener lo que buscaba. Un ángel le designó el estante donde estaban traspapelados aquellos ansiados textos, acaso en único ejemplar. Asombrado, el papa le facilitó los medios para que los copiase y los llevase a Hispania. Pero le habían llegado rumores de que el descubrimiento había tenido algo de extraordinario, de forma que el pontífice requirió a Tajón que le manifestase de qué manera se le había designado con tanta exactitud el sitio donde se hallaban aquellos valiosos libros. Tajón se resistía a dar explicaciones. Pero, al fin, accedió y contó lo que sigue.
Un día, pidió a los porteros de la iglesia de San Pedro Apóstol que le permitiesen velar en ella. Y a eso de la media noche, mientras rogaba con intensidad, descendió repentinamente una luz desde el cielo y de tal manera se iluminó toda la iglesia con insólita claridad que se........