Hay, quizá, que pertenecer a esa especie que –como dice una amiga querida– no puede visitar una casa donde haya un librero, sin pararse delante de aquel a repasar los títulos.
Esa gente que entra a la librería como un niño a una tienda de dulces; que recibe el regalo de un libro como la más preciada caricia a su sensibilidad; que se alumbra cuando le dan la posibilidad de escoger «los que quiera» y adueñárselos.
Esas personas que leen como devotos; o, tal vez, no tanto, pero lo suficiente para aquilatar el valor esperanzador de la lectura. O es posible que solo haya que........