El hombre llegó hace algunos días a su destino fuera del país. En Cuba nadie lo perseguía, nadie lo acosaba, simplemente emigró con la intención de alcanzar sueños materiales que, por ahora, resultaban imposibles en la Isla. Su plan era estrictamente personal. Cumplir sus ambiciones propias era lo más importante. El problema de los demás era de los demás.

No sentía ese gran compromiso con su nación y, aunque se había formado como ingeniero y máster sin pagar un centavo, tenía la profunda convicción de que esa oportunidad «le tocaba», y no había allí nada que agradecer, como tampoco resultaba pertinente mostrar demasiada gratitud por las sistemáticas y prolongadas hemodiálisis de algún conocido suyo, ni por las infinitas consultas médicas de su madre hipertensa y diabética. Todo aquello, completamente gratis, era «obligación» de cualquier Estado que se respete (siempre decía eso), aunque nunca averiguó cuántos Estados «que se respetan de ese modo» hay en el Tercer Mundo.

Ahora él quería, necesitaba desesperadamente mandar fotos. Había un ligero atisbo de cargo de conciencia, tal vez un rescoldo de lo que alguna vez fue su arraigo por la tierra que dejó atrás, y le urgía, más que convencer a otros, convencerse él mismo, de que había encontrado el paraíso y de que irse era, indiscutiblemente, la mejor opción.

Ya tenía un buen teléfono. Con él haría imágenes impactantes y las subiría a sus perfiles en redes sociales o las mandaría a los «desdichados», que se mantenían sudando como unos condenados, para sostener el país donde quedaron sus padres al cuidado de una enfermera a quien, por suerte (un gasto menos para el emprendedor), le pagaba el «precario» Estado socialista.

Había que seleccionar bien las fotos y así lo hizo. La lógica indicaba que mandaría imágenes de aquellas cosas que nadie veía en Cuba. Su pose junto a los estantes repletos de productos del Carrefour resultaba genial, nada así había allá en su archipiélago; tampoco existían en la Isla los indigentes con cartelitos solicitando algo de ayuda, que lo interceptaron fuera del mercado, en busca de dinero para curar sus cataratas, pero a esos no los retrató, eran una novedad impresionante en su experiencia de vida, pero no le interesó.

Sentía que era imprescindible retratarse con su flamante auto, comprado a crédito, muy bueno, aunque de segunda mano. Esas eran de las fotos más gustadas y las captó desde diferentes ángulos. Sería una gran noticia la facilidad de tener automóvil, un extraño acontecimiento para sus conocidos que se quedaron del otro lado.

Cuando dos niños, más pequeños que sus sobrinos que cursan la primaria en Cuba, vinieron a limpiar los vidrios del carro, con sus caras de absurda miseria, no los retrató, a pesar de que esa imagen era la más nueva para él, e imposible de encontrar en su país de origen.

QOSHE - Una foto sí, la otra no - Miguel Cruz Suárez
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Una foto sí, la otra no

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12.06.2023

El hombre llegó hace algunos días a su destino fuera del país. En Cuba nadie lo perseguía, nadie lo acosaba, simplemente emigró con la intención de alcanzar sueños materiales que, por ahora, resultaban imposibles en la Isla. Su plan era estrictamente personal. Cumplir sus ambiciones propias era lo más importante. El problema de los demás era de los demás.

No sentía ese gran compromiso con su nación y, aunque se había formado como ingeniero y máster sin pagar un centavo, tenía la profunda convicción de que esa oportunidad «le tocaba», y no había allí nada que agradecer, como tampoco resultaba pertinente mostrar demasiada gratitud por las sistemáticas y prolongadas hemodiálisis de algún conocido........

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