Leer

No había pasado ni medio siglo desde la muerte de Constantino, el primer emperador cristiano, cando un profesor de retórica latina de 30 años que el futuro conocería como San Agustín llegó a Milán para enseñar literatura y elocución, a petición del prefecto de Roma. Su madre le había encargado con insistencia que visitase al obispo de Milán, que después sería San Ambrosio, al que Agustín describió en actitud de lectura en sus «Confesiones«. «Cuando leía, sus ojos recorrían las páginas y su corazón entendía su mensaje, pero su voz y su lengua quedaban quietas«, anotó el de Hipona, rendido ante ese misterio lúcido de la lectura silenciosa.........

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