Dice Rilke que la verdadera patria de una persona es su infancia. El olor inconfundible que tu madre daba a la casa, descubrir un mundo siempre por estrenar, la mano de tu abuelo ayudándote a remontar una cuesta, tu primer balón, tu primer desgarrón en la rodillera del pantalón para el que nunca hubo una explicación convincente. La ropa lavada que ondeaba en las cuerdas del barrio marcando los límites de lo explorable. Y los primeros libros.
Estos días vivo henchido de patriotismo, y es culpa de los Reyes Magos. En mi casa se acordaron de echarme el último de Astérix. En la de mis sobrinos la nueva aventura de eso tan divertido de buscar a Wally y en la de mi amigo Carlos, en forma de depósito, varios volúmenes de Tintín........