El Perú cerrará el 2025 con cifras económicas que, en cualquier otro contexto, serían motivo de tranquilidad. El crecimiento del PBI se ha sostenido por encima del promedio regional, la inflación permanece claramente dentro del rango meta del Banco Central, el tipo de cambio muestra fortaleza y las exportaciones han alcanzado niveles históricos. La macroeconomía, en términos estrictos, está haciendo su trabajo, pero ampararnos solamente en ese criterio es un error, ya que el verdadero riesgo para el 2026 no está en los números, sino en el ruido político que amenaza con paralizar la inversión privada de largo plazo.
A medida que nos acercamos al proceso electoral, el país vuelve a caer en un patrón ya conocido. Anuncios populistas, discursos polarizantes, proyectos de ley improvisados y una narrativa que instala la idea de que todo puede cambiar según el resultado de las urnas. Este ruido electoral no siempre se refleja de inmediato en el PBI o en la inflación, pero sí se siente con fuerza en las salas de directorio, donde las decisiones de inversión comienzan a postergarse, se congelan proyectos y se prioriza la cautela por encima del crecimiento.
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