En la antigua Roma se decía que el funcionario cuyas potestades no tenían límite era un imperator. Se hacía referencia a un gobernante que no reconocía otro poder por encima de él, y cuyas decisiones eran inapelables. A esos sujetos se les conoció en el antiguo sistema político griego como autocrator.
Hoy podemos afirmar que el residente de palacio ha restaurado el Imperio Mexicano. Agustín I y Maximiliano I ahora son sucedidos por un personaje investido de la capacidad de dictar leyes, a las cuales no se les puede mover, ni cambiar, una coma. Tenemos un Congreso que no sólo no revisa, ni debate responsablemente, sino que está determinado a formalizar, de manera expedita, los designios de jefe máximo de la transformación. Es ciega maquinaria oficialista que aprueba, no sólo sin chistar, sino a la velocidad que se ordena desde palacio.
No sólo dictará la voluntad que irresistiblemente nos impone, sino que será capaz de dictar leyes que no estarán sujetas a un eficaz escrutinio constitucional. Ya no habrá un órgano que pueda emitir sentencias que resulten reparadoras, dado que tales leyes se aplicarán sin poder suspendidas cautelarmente, lo que, tarde o temprano, dejará sin materia los juicios de amparo, mecanismo que terminará siendo una instancia inocua y estéril. Hemos perdido el convencional recurso que hacía realidad el acceso efectivo a la justicia.
No es exageración, ni mucho menos broma, los poderes confiados a quienes encabezaron los dos imperios anteriores no son, en nada, mayores a las que se ha arrogado, en tan sólo cinco años, el tabasqueño. Dispone libremente de la hacienda pública, sin tener que observar el principio de especialidad y de caja única, ya que asigna y reasigna el presupuesto de manera libérrima, dejando de hacer gastos aprobados, para hacer otros que jamás fueron discutidos en el seno de la Cámara de Diputados. El Presupuesto de Egresos de la Federación es, hace ya algún tiempo, letra muerta, una sarcástica charada. El presidente dispone de él, en su totalidad, como sus antecesores disponían de la partida secreta.
Gracias al “criterio” Pérez Dayán, puede endeudar ilimitada e irracionalmente a sus empresas estatales, poniendo decenas de miles de millones de dólares en negro balde, el cual puede financiar cualquier campaña.
Sufrimos la peor Legislatura que haya tenido la república, ya que no ha sido sino vulgar parodia de lo que debiera ser un parlamento. Sus comisiones parecen verbenas, donde personajes sin preparación, ni experiencia encomiable, chacotean alegremente hasta el momento de votar cuanta sandez se les propone. La improvisación y ligereza con las que opera ofende.
La libertad de expresión ha sido entendida como la omnímoda capacidad de denostar a quien se deje, asumiéndose tribuno, quien llega groseramente a exigir respeto a punta de insultos, descalificaciones y........