López Obrador presumió una y otra vez la reducción de los homicidios dolosos para crear, sostener y difundir la narrativa de que México se encuentra en un proceso de pacificación sostenida. Lo cierto es que su sexenio se convirtió en el más violento de la historia, con 198,903 víctimas de homicidio doloso, 27.5% más que las registradas con Enrique Peña Nieto y 65.5% más que con Felipe Calderón.
Las cifras provienen del propio gobierno, a través del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública ( SESNSP ) y el informe diario de la Comisión Nacional de Seguridad.
Además de las enormes dudas que hay sobre la veracidad de esos datos oficiales , es una realidad que la criminalidad y las violencias han transmutado de forma acelerada en la última década en nuestro país. Muchos de los indicadores disponibles para monitorear su comportamiento e impactos son insuficientes o directamente obsoletos. A propósito, la tasa de homicidios dolosos a nivel nacional no nos dice mucho sobre la expansión del control territorial del crimen organizado que hoy es la principal amenaza para el Estado de derecho.
Es necesario replantear con urgencia los fenómenos y los indicadores contemplados para determinar el éxito o fracaso de la política de seguridad pública. Aquí expongo tres problemas........