El asesinato de Carlos Manzo, radiografía de un Estado fallido |
El asesinato del alcalde Carlos Manzo de Uruapan, perpetrado en la noche inaugural del Festival de Velas, representa mucho más que la muerte de un funcionario público. Es la manifestación más reciente de una crisis estructural que ha convertido a Michoacán en un laboratorio del fracaso estatal frente al crimen organizado. Mientras las velas se encendían para celebrar una tradición cultural que debía proyectar normalidad, las balas recordaban una verdad incómoda: en Michoacán, el Estado ha perdido el monopolio de la violencia legítima, y las estrategias gubernamentales oscilan entre la simulación mediática y la negligencia calculada.
La muerte de Manzo se inscribe en una secuencia macabra que incluye los asesinatos de Homero Gómez, defensor de la mariposa monarca; Bernardo Bravo, líder de un sector de limoneros en Apatzingán; y una lista cada vez más extensa de alcaldes y alcaldesas ejecutados durante la administración de Alfredo Ramírez Bedolla.
Esta acumulación de homicidios no es accidental ni refleja episodios aislados de violencia: evidencia un patrón sistemático de colapso institucional donde las organizaciones criminales disputan territorios, rutas y recursos con mayor efectividad que el propio gobierno.
Lo más preocupante no es solo la frecuencia de estos crímenes, sino la progresiva normalización social y política que los acompaña. Cada asesinato genera un ciclo predecible: condena retórica, promesas de investigación, anuncios de estrategias renovadas y, finalmente, impunidad. La repetición de este patrón ha erosionado la confianza ciudadana y ha enviado un mensaje inequívoco a los grupos criminales: el costo de asesinar autoridades es prácticamente nulo.
El caso de........