Talmente las matrioskas rusas, que esconden muchas muñecas dentro de la primera, el caso Errejón esconde muchos casos Errejón, porque el escándalo se deriva hacia otros escándalos igualmente desgarradores. De entrada, lógicamente el caso en sí mismo, que vuelve a recordarnos dos verdades terribles e inapelables: que la violencia contra las mujeres no se detiene, a pesar de las leyes, las nuevas sensibilidades y a pesar del evidente cambio de paradigma social; y que se trata de una violencia transversal que no entiende de estamentos sociales, ni de ideologías. En este sentido, el patético comunicado del mismo Errejón, vía X, en el que no solo no pide disculpas a las víctimas, sino que se escuda en justificaciones inconcebibles como si no fuera el verdugo, pone de manifiesto que algunos piensan que ser de izquierdas debería eximirlos del machismo tóxico. Ni izquierdas, ni derechas, ni centrocampistas. Que quede dicho para siempre, aunque "siempre" sea un adverbio poco duradero: los depredadores no tienen partido, ni convicciones, ni ideología, sencillamente son depredadores. Y vistas las cosas que vamos conociendo, a la espera de la sentencia judicial pertinente, está claro que el comportamiento de este personaje es el manual entero de la depredación.
La primera derivada del caso Errejón es la alta posibilidad de que se convierta en uno Me Too a la española, si las denuncias que Cristina Fallarás ha recibido en su fabuloso Instagram, en el que se hace referencia a otras agresiones sexuales de políticos en activo, acaban concretándose con nombres y apellidos. De repente parece que un terremoto ha sacudido la tierra plácida donde habitaban muchos otros........