Cuando era pequeño, mi momento preferido de la semana era la noche que en casa cenábamos bikinis. No me los zampaba mirando alguna película alquilada en el videoclub, sin embargo, ya que aquel instante tan gastronómicamente placentero coincidía siempre en la tele con un programa que era cómo tener una ventana abierta al mundo: el '30 minuts' de TV3. Ser un niño catalán de los noventa significaba tener adoración por el Son Goku y un miedo terrible del Megacero, pero también, a la vez, sentir respeto por un señor gris y con voz de pescado hervido que un día a la semana nos presentaba historias mucho menos divertidas que las del Club Super3, pero que me educaron igual que el Tomàtic y me permitieron, en definitiva, ser quién hoy soy.
¿Cómo habría entendido, sino, con seis, ocho o diez años, la guerra de Bosnia, el proceso judicial a Pinochet o los balseros cubanos que querían huir a Estados Unidos? Cuando el domingo pasado vi el especial Això té un 30, me di cuenta que........