He salido a pasear y he pensado que cada año por estas fechas, cuando llegan los primeros fríos, amo el momento de ponerme por primera vez el batín de ir por casa, defender el cambio horario que tanto disgusta a los salafistas del verano y, sobre todo, releer una mañana del domingo por enésima vez Les hores, de Josep Pla. Solo los capítulos que hablan de la niebla, los últimos grillos o el tiempo de los panellets, sin embargo. Es un libro que tengo cerca durante todo el año, al igual que tenía mi abuela el listín telefónico en el cajón de la mesilla de noche, pero que solo hojeo a finales de octubre. Sus páginas huelen a hojas derramadas por el viento y releerlas forma parte de una especie de ritual personal de otoño, ya que por eso existen las estaciones, supongo: para acordarnos de que, en la vida, todo es tan cíclico como las dos ruedas de una bicicleta avanzando entre viñas a finales de octubre. Justamente la mía, una BH de carretera que me compré de segunda mano este verano en Wallapop, me dejó tirado hace poco en la carretera BV-2126. La he utilizado durante tres meses, pero ya hacía días que no podía cambiar de plato y hace una semana, cerca de Santa Fe del Penedès, la transmisión finalmente dijo basta.
Si la bici me costó cuatro duros, de hecho, es porque ya me la vendieron con la cadena más gastada que un verso de Maria Mercè Marçal el 8 de........