Existe un común consenso sobre el elevado nivel de frustración personal y crispación social que parece haberse apoderado de los medios de comunicación, de los grupos políticos y, sobre todo, de las redes sociales, estas últimas convertidas, además, en el mayor amplificador de las miserias privadas, la cobardía y la exaltación de la violencia o la manipulación, convenientemente resguardadas (o eso creen quienes lo hacen) en el anonimato. No es de extrañar que se den, habida cuenta del poco edificante ejemplo con el que nos alimentan (deseducan) quienes detentan la alta responsabilidad de representarnos en las instituciones: parecen utilizar sus prerrogativas, que no son pocas, más como un beneficio personal o como piedra arrojadiza contra el adversario que como lo que realmente son, instrumentos en el servicio a la ciudadanía. Lo deseable —cada vez parece que más inalcanzable— sería que lo ejercieran con vocación de temporalidad (sonaba casi bien lo de los dieciocho meses, Rufián) y en modo que sus integrantes mantuvieran el ansia por aprender, la capacidad de rectificar y el espíritu de concordia.
Nada de eso parece ya posible, incluso aunque por un momento y bajo la presión de una Europa que ha asistido atónita a la crisis abocada sobre el Consejo General del Poder Judicial por los dos grandes partidos, PP y PSOE se hayan puesto finalmente de acuerdo. Todo el mundo sabe que el acuerdo no rebajará la tensión........