Lecciones de Instagram

El verano es una invención nefasta que sirve básicamente para tirar el tiempo de forma miserable. Ahora que no hay mucho que hacer, confieso que a menudo me entretengo zambulléndome en Instagram para ver en qué ocupa el descanso mi conciudadanía virtual. Ahí se encuentran aspectos de la vida auténticamente fascinantes. Lo primero que sorprende de las vacaciones ajenas es admirar como algunos colegas de profesión (que aprovechan cualquier situación para identificarse como "precarios") se cascan unos viajes de gran fasto. Parece imposible que gente con un discurso próximo a los homeless afectado de inanición puedan aparecer de repente en la pantalla en ubicaciones tan lejanas como Japón, Vietnam o alguna de esas islas paradisiacas donde Dios ha regado el agua con altas dosis de cloro. Debemos ser un país con los precarios más viajeros del mundo; de hecho, si tuviera su fijación por moverme por todo el planeta, abrazaría sin duda su condición misérrima.

A su vez, Instagram resulta una herramienta tremendamente útil para comprobar un fenómeno de cierta alarma: la mayoría de mis coetáneos (de mediana edad, aclaro) practican el arte de hacer vacaciones como si todavía........

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