Muy a menudo, en la vida y en política, para ver que no pasa nada y que no hay para tanto, solo hay que esperar un poco de tiempo. Después de la aparición sorpresa (sic) de Carles Puigdemont en el Arc de Triomf barcelonés, los fieles del Molt Honorable vaticinaron que la política catalana y española sufriría una sacudida comparable a los terremotos nipones: según la predicción, Salvador Illa sería totalmente incapaz de gobernar, Pedro Sánchez vería peligrar La Moncloa y la mayoría de jueces españoles abandonarían la toga debido a la presión de sus colegas europeos. Pues bien, el simple paso del tiempo ha bastado para comprobar que Illa y Sánchez continúan en sus respectivas tronas y que los jueces se toman la amnistía estivalmente (a saber, con una calma casi budista), aplicándola a toda prisa solo cuando el afectado pertenece a la pasma. El Apocalipsis y las futuras plagas de Egipto, en definitiva, han dado paso a la parsimonia del mes de agosto y el arte de alargar la siesta.
Esta calma posterior a la cabriola del president 130 resulta especialmente significativa en el caso de la Generalitat. Después de años de performance y jugada maestra, uno habría creído que Salvador Illa irrumpiría en Palau con un saco de........