Carles Puigdemont ha disfrutado de muchas ocasiones para volver a Catalunya e incomodar a las estructuras profundas de España, empezando por los días posteriores a aquellas elecciones continentales, donde prometió desembarcar en el país, si los catalanes lo elegían eurodiputado (cosa que incumplió, en una más de las toneladas de mentiras que el Molt Honorable nos ha regalado después de los hechos de 2017). Que el president haya especulado morbosamente con su desembargo en sinfín de ocasiones y que acabe volviendo ahora, precisamente ahora que no situará España en ningún tipo de callejón sin salida, solo para intentar poner palos en las ruedas de una investidura autonómica —infructuosamente, añado—, resulta un delirio oceánico. A pesar de sus incontables fraudes, el president ha mantenido cierto aroma de legitimidad durante el exilio: con su mesianismo enfermizo, ahora podría estar a punto de destruirlo todo, solo por cuatro migajas.
El puigdemontismo se ha convertido en religión y los seguidores del president 130 en una corte de fieles aduladores que le ríen todas las gracias. Creo, sinceramente, que el Molt Honorable necesitaría un amigo que lo cogiera del brazo y se dedicara a decirle la verdad, por mucho que........