Modificar o torcer normas para ponerlas al servicio de personas específicas, con nombre y apellido, es un error que se ha cometido muchas veces a lo largo de la historia y que siempre ha salido mal. Es equivalente (guardadas las distancias) a diseñar un examen para que lo apruebe un alumno en particular, o hacer una licitación con requisitos amañados para asegurar el triunfo de una empresa, o convocar a un concurso literario con una novela elegida de antemano. Hacer o interpretar normas para beneficio o en función de una persona anula el sentido del derecho y convierte las reglas en meros instrumentos del poder, para justificar lo que ya está decidido.
Nos ha costado mucho ir limando, poco a poco, esas prácticas corruptas. El ejemplo más notable ha sido el de los procesos electorales que, durante décadas, se organizaban aun a sabiendas de que los ganadores estaban designados de antemano. Siempre vale la pena recordar la frase de Jorge Ibagüengoitia........© El Universal