De lo vital a lo viral

Cuando llegué al mundo de los periódicos, a mediados de los años ochenta, me resultaba muy gratificante oír las historias de los periodistas veteranos, que conocían como la palma de su mano ese oficio que para mí era tierra ignota. Con el ruido de fondo de las máquinas de escribir, los télex, los timbres de los teléfonos y los gritos de extremo a extremo de la sala de redacción, todo me causaba curiosidad: desde los testimonios de un antiguo corresponsal en el Medio Oriente hasta las anécdotas de un fotógrafo de guerra que había estado en Vietnam; pasando por los relatos de un curtido reportero colombiano que alcanzó a ver en persona el cadáver del Che Guevara en Bolivia o las peripecias de un cronista político enviado a cubrir el reinado en Cartagena. Mejor dicho: nada me era indiferente, pues casi desde mis inicios, seguí al pie de la letra una sabia recomendación de Álvaro Gómez: “El periodista nunca debe perder la capacidad de asombro”.

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