Marcha forzada
No me gustan las marchas. Hace parte de mi naturaleza antigregaria, que no pocas desventajas me ha traído. Pero soy así: tampoco me gustan las agremiaciones, los clubes, los conciliábulos, las roscas, las naciones, las feligresías, las camarillas, los partidos políticos, los trabajos en grupo o los deportes en equipo. Con excepción de las funciones propias de la vida familiar, la amistad o el erotismo, le huyo a cualquier circunstancia que requiera la presencia de dos o más ‘homo sapiens’ en el mismo lugar al mismo tiempo. Adicionalmente, como dije en una columna sobre las manifestaciones de noviembre de 2019, pienso que las ciudadanías latinoamericanas le dedican demasiada energía a la búsqueda de transformaciones sociales por la vía política y no suficiente a las transformaciones a través de la ciencia, la técnica, la ingeniería y el desarrollo de capacidades administrativas. Estos asuntos son comparativamente aburridos al lado del embriagante oficio........
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