En el último año del pregrado, el barbudo y corpulento profesor de inteligencia artificial (IA), Chris Atkeson, cuyo trabajo con ‘robots blandos’ luego inspiraría el personaje de Disney Baymax, nos puso una tarea sisífica: escribir un programa que identificara rostros humanos.
Contando solo con nuestros tiernos conocimientos, los relativamente rudimentarios recursos técnicos de la época y dos semanas de plazo, era un encargo abocado al fracaso. Un ejercicio que, más que soluciones funcionales, quizás, buscaba evaluar la creatividad de nuestra aproximación al problema. Y así fue: todos entregamos un producto que, con mayor o menor dignidad, hacía la tarea a medias. A medias es un decir.
Desde entonces han pasado 25 años, que son siglos en el mundo de la computación. Hoy, el reconocimiento facial es una tecnología madura. Miles de millones de personas lo usan múltiples veces al día para desbloquear sus teléfonos o etiquetar sus fotografías. Pero este........