Una prestigiosa universidad privada de Bogotá reportó caída hasta del 50 % en el número de matriculados (incluyendo todos sus programas), lo cual afecta seriamente sus finanzas. Este descenso no obedeció a un deterioro particular de su calidad, sino a factores demográficos y problemas misionales, con raíces globales.
Esa entidad venía implementando recortes presupuestales a través de no renovar contratos y cancelando prolongadas licencias a profesores e investigadores. El rector tenía claro que la única forma de equilibrar el descenso de demanda era reduciendo la oferta educativa, siguiendo elementos básicos de reequilibrios financieros.