Es el lunes siguiente al partido. Este desconcertante Día Cívico, cumplido a medias, que ha sido decretado para que sigamos teniendo jornadas en común. Todo aquel que haya estado dependiendo en cuerpo y alma de la Selección Colombia –Dios mío: que seamos campeones una vez– está sobreviviendo ahora a la devastadora “resaca futbolera”. Ya no se nos sube la tensión arterial, pero extrañamos la dopamina que pone los líos y las penas en segundo plano. Ya no hay semifinales ni finales que posterguen el mundo: “¿Y ahora qué?”, pensamos, porque sigue la rutina. Y en la bruma del guayabo, que es el alargue del silencio que vino después del gol de Argentina, retumban las noticias que habíamos conseguido dejar para después. Que aquí hay gente capaz de arruinar la tregua del fútbol. Que nuestra política disocia. Que nuestra viveza es un fracaso. Conforme a los criterios de
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