Hubo un tiempo en el que la popularidad fue un logro, pero hoy es, sobre todo, una adicción: un monstruo crónico e incontrolable que va por ahí sacrificando vidas ajenas porque solo se calma con un puñado de likes. El consumo de la popularidad, tan propio de la adolescencia, no solo ha estado arruinando el debate público, sino que desde siempre ha sido –está en un ensayo de Hume, de 1752, titulado Del crédito público– "la trillada vía hacia el poder que termina en tiranía". El presidente Petro celebraba, el otro día, su encuesta del CNC que le reconoce una imagen positiva del 54 por ciento: "Se han inventado la mentira de que el presidente es muy impopular", decía. Pero lo cierto es que la impopularidad, que libera, que deja pensar, que no necesariamente es el retrato justo de un gobierno, también tiene su gracia. Conforme a los criterios de
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