“Defender la alegría como una trinchera… como un derecho”. Mario Benedetti
El pasado 24 de febrero, gentes de diversas generaciones reflexionábamos en el Centro Social La Algarroba Negra de Badajoz sobre los 40 años del movimiento de okupación, y de cómo este había nacido en un momento psicosocial y emocional de “desencanto”, reflujo y derrota que contenía ciertas semejanzas con el momento presente. Un momento, este, que a nivel del activismo social antiautoritario está teñido también de emociones tristes y depresivas que son muy palpables tanto en los espacios colectivos como en nuestra interioridad.
Hace cuatro décadas, cuando algunas jóvenes airadas en varias ciudades empiezan a dar patadas al unísono a las puertas de casas y edificios abandonados, así como al avispero de las izquierdas posfranquistas, el clima socio-político era ciertamente desesperante: el viejo proyecto de una “ruptura democrática” que superase la larga noche de la dictadura depurando su herencia militar, policial, eclesial, judicial y gran capitalista, había quedado desarbolado luego de los Pactos de la Moncloa.
La traición del PCE y CC.OO., y la posterior victoria del PSOE en el 82, vendrían a consolidar el régimen del 78, ese pacto gatopardista entre las élites franquistas y las izquierdas domesticadas. La mayoría absoluta del PSOE en el 82 implicó la práctica desaparición del PCE ―y es que “el pueblo no paga traidores”―, una desaparición que arrastraría en los siguientes años a todas sus escisiones izquierdistas y al resto de las siglas de la izquierda extraparlamentaria de raíz autoritaria.
Pero para la izquierda antiautoritaria tampoco correría mejor suerte: la CNT, que había reaparecido con fuerza tras la muerte del dictador, sucumbía a sus propias contradicciones y rigidices ideológicas-identitarias, al tiempo que sufría un acoso por parte del Estado que tendría su momento culminante en el montaje policial del Caso Scala, lo que se saldaría con un reguero de divisiones, escisiones y pérdida de potencia sindical hasta rozar la irrelevancia.
“Defender la alegría de los ingenuos y los canallas”
La victoria del PSOE de Felipe GonzaleX condensó toda la ilusión y los deseos de cambio y apertura democrática de una sociedad que aspiraba a sacudirse la rancia caspa del franquismo y se creía madura para caminar por las anchas alamedas de la libertad. Pocos pensaron que ese 28 de octubre tan celebrado y prometedor iba a ser, en realidad, la fecha de la cancelación de toda esperanza y del bloqueo definitivo de las energías de cambio social que habían emergido en los últimos años de la dictadura y, con más ilusión todavía, tras la muerte de Franco.
El PSOE cooptó militancia y capital humano externo y así domesticó y descapitalizó a buena parte del movimiento feminista, del movimiento ecologista y antinuclear, del movimiento obrero, del movimiento vecinal…; nos metió en la CEE (hoy Unión Europea) sin oposición, y en la OTAN ―aquí, sí, con resistencia―. Armó, financió y dirigió la guerra sucia contra el MLNV (Movimiento de Liberación Nacional Vasco), inundó Riaño, acometió una despiadada “modernización” que implicó la brutal reconversión industrial (un planificado y contundente ataque al núcleo más duro, rupturista y consciente de la resistencia obrera), liberalizó los mercados (entre ellos el del alquiler y el suelo, disparando la especulación urbanística que está en el centro del “milagro económico” de las clases medias de la transición), destruyó las empresas públicas, aceleró el proceso de privatizaciones, así como la financiarización y turisitificación de la economía nacional…
A mediados de los 80 la derrota de la izquierda extraparlamentaria, tanto en su vertiente autoritaria (la paroxística sopa de letras de los grupúsculos comunistas), como en su vertiente libertaria (2 CNTs a hostias e interponiéndose pleitos judiciales sobre la propiedad de las siglas y el patrimonio histórico), era total e insoslayable, y el fracaso del No a la OTAN en el referéndum de 1986 puso los últimos clavos en su ataúd.
Los barrios obreros, con tasas de paro juvenil descabelladas, se inundaban de heroína y eso traía una eclosión de microdelincuencia e “inseguridad ciudadana” que servían para justificar la represión policial más descarnada (¿dónde está el Nani?). En “el norte” son los años de la Ley Antiterrorista y de la ZEN (Zona Especial del Norte), de las torturas en comisarías y cuartelillos, del GAL y la cal, de la desaparición de Zabalza y la emboscada de Bahía de Pasaia. Los asesinatos de Lucrecia y Guillem Agulló son los ejemplos más trágicos de la violencia de los grupos fascistas que permeaba la cotidianeidad de este tiempo oscuro de las mayorías absolutas de Felipe, Guerra y su camarilla… Y luego todavía tendríamos que soportar y sobrevivir al Aznarato, la segunda guerra del golfo, el........