Escribo estas notas desde el cuartel de la Guardia Civil de Silla, uno de los epicentros de la tragedia, que me ha pillado de camino a un encuentro sobre Arquitectura circular y los retos de la Nueva Bauhaus Europea en la Universidad Jaume I (Jaime I de Aragón). Mientras escuchaba las terribles noticias en la emisora de la Guardia Civil, he recordado cuando estábamos jugando al fútbol en Boltaña y vimos venir una nube que era nueva para nosotros, que nunca habíamos visto antes. Nos fuimos corriendo a casa y allí nos protegimos. Poco después escuchamos sirenas. Esa nube que nos amenazó ya había pasado por Biescas, era 1996.
He observado durante toda la noche cómo la Guardia Civil trabaja en condiciones sumamente precarias, pero entregando lo mejor de sí en todos los aspectos. La dedicación y compromiso de todos nuestros activos en seguridad y protección en medio de la adversidad es loable. Esa España anónima, esa Fonda Moreno que me ha alojado a las 8 de la mañana, ese potaje de garbanzos de Paymer, merecen nuestro más profundo reconocimiento.
Antes de buscar responsabilidades específicas, que deberán ser legales y tras mucha investigación de expertos, es momento de centrar nuestra atención en las víctimas, de acompañar y, también, de reflexionar sobre nuestra forma de vida, ser corresponsables y empáticos. Los acontecimientos no son incidentes aislados, sino manifestaciones de un fallo eco-sistémico que nos afecta a todos. Exactamente igual que cuando sucede un incendio de sexta generación o una pandemia por liberar un virus en un ecosistema cerrado, la responsabilidad no es exclusiva de la chispa o del murciélago, es la profecía autocumplida del cambio climático, es la distopía moderna.
Los datos científicos son contundentes. Según el Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), la frecuencia e........