Alto el fuego en el Líbano
Un niño visita la fosa común de Tiro donde fueron enterradas 175 personas de forma improvisada durante la guerra. / ANDREA LÓPEZ-TOMÀS
Andrea López-Tomàs
Periodista y politóloga. Corresponsal en Oriente Próximo desde Beirut.
No hay flor en temporada que florezca en noviembre. Y mucho menos ya a principios de diciembre. El único toque de color en las calles de la ciudad costera de Tiro, al sur del Líbano, lo dan las buganvillas. Naranjas, rosados y blancos despuntan entre la verdura para recordar a los transeúntes que esta es una urbe mediterránea. En Tiro, las familias en duelo no tienen otra alternativa que traer buganvillas a sus fallecidos. Sin flores para aquellos que siguen sin tumbas. En un vasto terreno a las afueras de la ciudad sureña, la tierra removida, los largos ropajes negros y los lamentos de puro desgarro indican que bajo el polvo están los cuerpos de conocidos y desconocidos. Las familias se aferran a alguien que les dice que ahí, en esa fosa común improvisada mientras aún caían las bombas, está su pariente.
Las mujeres se tiran contra ese pedazo de tierra sin marcas aparentes. Ensucian sus vestidos negros de polvo. Lo remueven, lo huelen, lo besan. Se deshacen en llanto. Ahí debajo tienen a sus hijos, nietos, sobrinos. Sangre de su sangre. Pequeños y mayores, familias enteras se abandonan al sollozo y a la desolación por una pérdida forzada que ellas no eligieron, que se lo ha arrebatado todo. Solo en esta fosa común, están depositados los cuerpos sin vida de 175 personas. Se toman su tiempo, acarician el polvo y se aferran a él. Pero no hay tiempo para la tristeza, les dicen los hombres de su familia. Les limpian las lágrimas, mientras les recuerdan que no existe lugar para la pena en la victoria. Aun así, ellos también clavan la mirada en el montículo........