Dragonfly

Opinión | Le Fumoir

Javier Puga Llopis

Una imagen de Dragonfly, en Beirut.

Los bares son quizá el mejor reflejo de las ciudades que los albergan. Pueden devolvernos un retrato de Dorian Gray, donde vernos eternamente jóvenes, o uno de esos cuadros tristes de Zuloaga, en los que el tiempo no parece perdonar. En ellos, uno puede ver de qué pie cojea la urbe en la que acaba de aterrizar por primera vez, de qué color vital están hechas sus gentes, cómo respira esa sociedad, si es libre o no, decadente o no, si su economía crece o se encoge. Un bar es una síntesis, es la psique de un lugar, su diván y su epítome. Los hay en casi todas las ciudades del mundo, incluso en algunas donde la religión lo prohíbe -sólo hay que buscarlos-. Son templo y confesionario, vía de escape y centro social, gabinete psicológico y casa de citas. Es quizá la institución más venial y cercana al ser humano y sus flaquezas. Algunos son museos y otros, corte de los milagros. Esa revelación puede estar en un hotel de lujo o en la trasera de un callejón. Esta columna, sin ir más lejos, lleva el nombre de uno en el que pasé........

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