Cuando una democracia elige el miedo

La ultraderecha deja un campo político devastado: partidos tradicionales de derecha, centro e izquierda debilitados, deslegitimados o directamente irrelevantes; sistemas de partidos fragmentados; electorados radicalizados; una democracia exhausta.

Las democracias no mueren de golpe. No caen con estrépito ni con el ruido de los tanques que marcaron el siglo XX. Mueren de otra forma, más discreta y más peligrosa: se vacían por dentro. Eso es lo que ocurre cuando una sociedad democrática, agotada y desorientada, decide entregar el poder a la ultraderecha. No lo hace porque haya abandonado formalmente la democracia, sino porque ha dejado de creer que ella pueda protegerla.

El primer cambio no ocurre en las leyes ni en las instituciones, sino en el sentido común. Lo que antes era inaceptable comienza a parecer discutible; lo que era excepcional se vuelve cotidiano; lo que se rechazaba por razones morales se justifica ahora en nombre del orden. El lenguaje se endurece, la empatía se vuelve sospechosa y la compasión es presentada como una forma de debilidad. La política deja de ser un espacio de deliberación entre iguales y se transforma en una pedagogía del miedo.

La ultraderecha no........

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