Autocrítica

Si somos capaces de escuchar con humildad, de oponernos con inteligencia y de reconstruir con honestidad, entonces no solo habremos aprendido de la derrota: habremos demostrado que seguimos siendo una fuerza viva en la historia de Chile.

La autocrítica es un ejercicio moral y político indispensable. La autoflagelación, en cambio, es un espectáculo inútil. Confundir ambas cosas no solo nos debilita: le entrega a la derecha el placer de contemplar nuestra descomposición emocional, como si el fracaso electoral fuera una confirmación antropológica de nuestra supuesta inferioridad política o moral. No se trata de eso. Nunca se ha tratado de eso.

La autocrítica es una forma de dignidad. La autoflagelación es una renuncia a ella.

Hacer autocrítica implica pensar con rigor, hablar con verdad y asumir responsabilidades sin teatralidad ni victimismo. No es llorar sobre las ruinas ni buscar culpables externos para tranquilizar la conciencia. Tampoco es entregarse al enojo, porque el enojo no ordena, no convence y no construye. El enojo es comprensible, pero estéril. Y hoy Chile no necesita catarsis: necesita lucidez.

No le demos a la derecha –ni a la ultraderecha– el placer de vernos en ese estado de descomposición anímica. No somos parias. No somos una anomalía histórica. No somos un error que deba expiarse a sí mismo. Somos parte constitutiva de este país, de su historia democrática, de sus avances sociales, de sus luchas y de sus derrotas. Este es nuestro país. Lo ha sido siempre. Y lo seguirá siendo.

La derrota no nos despoja de esa pertenencia. Solo nos obliga a pensar mejor.

Autocrítica significa aceptar que el país nos habló –con claridad, con dureza y sin ambigüedades– y que no supimos escuchar a tiempo. Significa reconocer que confundimos diagnósticos, que subestimamos miedos........

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