Lo que cupo decir de la ex-Convención resulta posible afirmarlo también respecto de los tres órganos a cargo de la actual fase del proceso constituyente, en especial cuando estamos a las puertas de que se constituya el tercero y más importante de ellos: el Consejo Constitucional.
Me refiero a que tanto el pasado como el actual proceso reconocen un similar cometido, objetivo y finalidad. Cometido: acordar y entregar dentro de plazo una propuesta de nueva Constitución. Objetivo: que la propuesta reciba aprobación mayoritaria de la ciudadanía. Y finalidad: reemplazar la Constitución de 1980 y darnos una Constitución para el siglo del que llevamos ya casi una cuarta parte recorrida. La ex-Convención tuvo éxito en su cometido, mas no en su objetivo y, por consecuencia, tampoco en la finalidad.
Independientemente de los reparos al diseño del proceso actualmente en curso —los míos provienen de la pluralidad de órganos y del espíritu marcadamente defensivo del diseño—, no cabe sino esperar que el proceso cumpla su cometido, logre su objetivo y consiga su finalidad.
¿De qué va a depender todo eso? De variados factores, tanto internos como externos al propio proceso, y de la manera como se lleve de aquí en adelante la parte que resta del proceso y de la calidad y pertinencia de la propuesta definitiva.
Si uno estuviera en posición de recomendar algo —que no tengo para nada claro que sea el caso de este columnista—, apuntaría a lo principal, o sea, a cómo debería ser el contenido de la nueva propuesta. Sin embargo, me referiré al proceso que conducirá a ella, influenciado en esto por la experiencia del que vivió la ex-Convención. Las fallas de ese proceso, partiendo por la imagen que proyectó la misma jornada inaugural de la ex-Convención, pavimentaron en cierto modo el camino para el Rechazo.
Tuve y tengo la convicción de que, a raíz de cómo transcurrió el proceso y de las intervenciones públicas de muchos de los constituyentes, la mayor parte de la ciudadanía, inicialmente entusiasmada con la Convención, fue primero enfriándose, más tarde tomando distancia, y desarrollando por último una especie de bronca con ella. ¿Que todo eso fue alentado por sectores que nunca han querido una nueva Constitución? Claro que sí, pero ese hecho, totalmente previsible, debió ser tenido más en cuenta a la hora de gestionar el proceso interno de la Convención.
Intentos de salirnos de los márgenes de nuestro cometido, invadiendo funciones ejecutivas, legislativas y judiciales a cargo de otras autoridades; anuncios destemplados de distintos calibres; tono y gestualidades desafiantes en no pocas declaraciones públicas; ínfulas desmedidas, tanto individuales como colectivas; empeños, otra vez individuales y colectivos, para dejar huellas propias y reconocibles en el texto de la propuesta, incurriendo así en una muestra de narcisismo constitucional; precipitada búsqueda de los votos necesarios para aprobar normas antes que para lograr acuerdos amplios; prodigalidad normativa para producir no uno, sino cinco reglamentos de la ex-Convención; sobrevaloración de cada grupo político partidario dentro de la Convención, como si cada uno de ellos hubiera sido portador de un mensaje para un nuevo Chile y no solo para un mejor o mucho mejor país; y permanentes acusaciones cruzadas de faltas a la ética, al patriotismo o al bien común, como si cada acusador hubiera sido el dueño exclusivo de esas tres palabras.
De tales fallas podrían sacarse algunas lecciones para el proceso ahora en curso. Un proceso en el que, al intervenir tres órganos, hace exigible una actitud de máxima colaboración entre ellos, la misma que una nueva propuesta debería establecer para el futuro entre los poderes del Estado. División del poder, desde luego, mas no atomización y atrincheramiento de cada poder, cada cual engolosinado consigo mismo y sus funciones y operando siempre desde el recelo y no desde el principio de la colaboración recíproca.
Deliberación, debate, votaciones, disputa incluso; pero, sobre todo, colaboración, o sea, elaboración en conjunto, y colaboración al interior de cada órgano y también entre todos ellos.
Agustín Squella
QOSHE - Una colaboración ineludible - Columnaaccount_circleinfobrightness_mediumcancel
Lo que cupo decir de la ex-Convención resulta posible afirmarlo también respecto de los tres órganos a cargo de la actual fase del proceso constituyente, en especial cuando estamos a las puertas de que se constituya el tercero y más importante de ellos: el Consejo Constitucional.
Me refiero a que tanto el pasado como el actual proceso reconocen un similar cometido, objetivo y finalidad. Cometido: acordar y entregar dentro de plazo una propuesta de nueva Constitución. Objetivo: que la propuesta reciba aprobación mayoritaria de la ciudadanía. Y finalidad: reemplazar la Constitución de 1980 y darnos una Constitución para el siglo del que llevamos ya casi una cuarta parte recorrida. La ex-Convención tuvo éxito en su cometido, mas no en su objetivo y, por consecuencia, tampoco en la finalidad.
Independientemente de los reparos al diseño del proceso actualmente en curso —los míos provienen de la pluralidad de órganos y del espíritu marcadamente defensivo del diseño—, no cabe sino esperar que el proceso cumpla su cometido,........