La articulación de iniciativas ambiciosas para recuperar la pérdida de aprendizajes provocada por la pandemia, mejorar la convivencia escolar y asegurar el bienestar emocional de niños y jóvenes es la tarea más urgente en educación escolar. Los impactos en estos ámbitos no han sido aún adecuadamente medidos, pero la escasa evidencia disponible sugiere que son significativos. La lentitud con la que había reaccionado el Ministerio de Educación a esta realidad no dejaba de sorprender. Enredado en una agenda que parecía para otro contexto, las iniciativas para atacar estos grandes problemas se veían muy débiles.
La semana pasada se produjo una reacción valiosa que supone un reconocimiento más acabado de esta realidad. El ministro Ávila y el Presidente de la República anunciaron un Plan de Reactivación Educativa que se organiza en torno a tres ejes: convivencia y salud mental; fortalecimiento de los aprendizajes, y asistencia y revinculación con la experiencia educacional. Debe recordarse que hay aproximadamente 50 mil niños y jóvenes que han abandonado el sistema educacional, y se ha observado también un fuerte aumento en la proporción que tiene asistencias inferiores al 85 por ciento, límite mínimo para que se pueda aprender.
Este plan estará acompañado por un Consejo de Personalidades con voz en la discusión educacional y que, por tanto, pueden, por un lado, aportar con ideas para asegurar que los ejes sean bien abordados y, por otro, someter a escrutinio las iniciativas y asegurar que ellas sean ejecutadas con grandes grados de acuerdo. Ahora el desafío involucrado es mayor. Las iniciativas que hasta el momento se habían estado llevando adelante eran de un alcance modesto y no consideraban recursos relevantes para perfeccionarse y dejar huella. Al mismo tiempo, como suele ocurrir en la tradición chilena, hay, en la práctica y más allá de los discursos, poca participación de las comunidades educativas en el diseño de los programas que les son más valiosos.
El Consejo carece, además —salvo contadas excepciones—, de integrantes que hayan estado articulando iniciativas para lidiar con estos grandes ejes. En este sentido, hay un riesgo de que este plan adquiera un carácter más político —elemento sin duda necesario para aunar voluntades en un área que ha estado en el último tiempo sujeta a una refriega ideológica— que educativo, en el sentido de conseguir los fines que se propone. De hecho, sorprende que en una cuestión tan relevante no se planteen objetivos específicos y bien definidos a alcanzar en los distintos ejes, que las iniciativas aún sean imprecisas y que no se hayan propuesto instrumentos para medir los efectos que ellas vayan teniendo.