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Ladridos de triples fauces | Columna de Orlando Araújo
La noche fue avanzando sin tregua, mientras la llovizna y los grillos se apoderaban del silencio. Benjamín, inquebrantable, se atrincheró en la carretilla bajo unos plásticos e intercaló el llanto con el sueño y la vigilia, aguardando el regreso de Palomeque.
Después de la medianoche, el hombre apagó la radio, aseguró el portón desde adentro y como un sonámbulo hizo un último recorrido por las instalaciones desiertas. Al término de la ronda entró en una especie de camarote, colgó primero la linterna y después el arma; se quitó las pantaneras y se tendió boca arriba en el catre. Dicen que ya había sido hipnotizado por las aspas del ventilador cuando creyó escuchar un remoto golpe, el........
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