Cuando las aplicaciones de transporte empezaron a popularizarse en nuestro país, su promesa era esperanzadora. Se trataba de una tecnología que pondría en contacto a prestadores y solicitantes de un servicio que hasta ese momento ofrecía opciones limitadas, atávicas y perfectibles. De esa manera, miles de usuarios encontraron alivio a sus necesidades, incluso cuando eso les significaba pagar más que lo requerido por los medios tradicionales. Sin embargo, con el paso del tiempo, esas herramientas han sufrido un empobrecimiento lento pero constante, desvirtuando sus virtudes originales y pareciéndose cada vez más a lo que intentaron mejorar.

Recuerdo mis primeras experiencias. En varias ocasiones me encontré dialogando con conductores que eran pensionados y buscaban sacarle provecho al tiempo libre del que disponían, pero sin tener que cumplir obligaciones importantes. Normalmente el conductor era dueño del vehículo. Lo mismo me pasaba con estudiantes que estaban de vacaciones, o con el desempleado que encontró así la forma de ir sobreaguando el momento. Las aplicaciones suponían un medio para solventar una que otra estrechez, pero de ninguna manera era lo que constituía un sustento fundamental. Debido a eso, usualmente los carros estaban bien mantenidos y se llevaban con serenidad, sin las angustias que implica tener que cumplir con la cuota diaria. Era esa época en la que ocasionalmente el conductor nos ofrecía una botella de agua de cortesía, o alguna chuchería para alegrar el rato.

Las cosas han cambiado. Las últimas veces que he usado ese tipo de plataformas fue claro que el vehículo que me transportaba no pertenecía a su conductor y probablemente tendría que responderle a su dueño. Eso conlleva un tipo de manejo temerario e irrespetuoso con las normas y algún desdén en la limpieza y el mantenimiento. Además, ya no es tan fácil encontrar vehículos amplios y cómodos, ahora casi siempre me recogen carros pequeños con vidrios oscuros. Hay un claro deterioro.

Nada de eso es culpa de las plataformas per se. Esa tecnología sigue conectando la oferta y la demanda, facilitando así los intercambios económicos que sustentan una sociedad libre. El problema, como con muchas otras cosas, son las consecuencias inesperadas. Me parece que tanta presión de las autoridades, cazando a conductores y a usuarios, ahuyentó a aquellos primeros actores e hizo evidente, de nuevo, que es necesaria una comprensión holística e innovadora del transporte público. Una que realmente centre su interés en el usuario y le permita vivir una experiencia digna y segura.

moreno.slagter@yahoo.com

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Carros pequeños, vidrios oscuros | Columna de Manuel Moreno Slagter

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25.01.2024

Cuando las aplicaciones de transporte empezaron a popularizarse en nuestro país, su promesa era esperanzadora. Se trataba de una tecnología que pondría en contacto a prestadores y solicitantes de un servicio que hasta ese momento ofrecía opciones limitadas, atávicas y perfectibles. De esa manera, miles de usuarios encontraron alivio a sus necesidades, incluso cuando eso les significaba pagar más que lo requerido por los medios tradicionales. Sin embargo, con el paso del tiempo, esas herramientas han sufrido un empobrecimiento lento pero constante, desvirtuando sus virtudes originales y pareciéndose cada vez más a lo que intentaron mejorar.

Recuerdo........

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