Una provocación

Cuando el marido de doña Tulia aceptó un contrato para trabajar en Venezuela, ella decidió que en ese viaje se iban los dos o no se iba ninguno. Muchas familias se distanciaron durante los años 70 por la migración que impulsaba la fiebre del oro negro. Doña Tulia no pretendía quedarse parada delante de una ventana, mirando el ir y venir de los barcos en el muelle. Pocos meses después de su llegada a Caracas, por recomendación de una tía, empezó a trabajar para la familia Lobato.

La gran brega no era limpiar todas las estanterías, las de abajo y las que no se alcanzaban sin escalera. Lo peor era que el señor Lobato inspeccionaba la tarea encaramando las cejas por encima del periódico, carraspeando al menor ruidito que escuchaba. “Si tenía tanta ñoñería con su biblioteca, ¿por qué no la limpiaba él?”. Los refunfuños de doña Tulia lo hacían sonreír. Cada rato, cuando el señor Lobato insistía en una idea que parecía del todo improbable, doña Tulia volvía a repetirle que tenía mucho oficio, poco tiempo y ninguna intención de acabar metida en un........

© El Espectador