A José Alberto Martínez, Betto, mi querido compañero de página.
El techo de su estudio tenía un espacio desconchado. Alrededor del cráter de yeso, Betto colocó un pelotón de soldaditos en posición de combate. Cuando me percaté del asalto militar puesto del revés sobre nuestras cabezas, lo miré a él. Miré otra vez el techo. Lo miré a él una vez más y sonreí. Betto también sonrió. Ahora sé que esa manera de enmendar lo que ha sido dañado era el rasgo más notable de su personalidad.
El humor elegante y el chiste insustancial están separados por un margen estrecho. Mientras que el primero concentra sus esfuerzos en quitarle kilos de carga a la realidad —una labor que requiere dosis adecuadas de inteligencia, ternura y compasión—, el segundo puede ser despiadado y caer en la burla fácil. Una vez le dije a Betto que pocos caricaturistas........