Sacrílegos confesos


Es de conocimiento público que al prestar un libro subrayado estamos mostrando a los otros una parte de nuestra intimidad. Las líneas que trazamos para resaltar los pasajes que más nos gustan constituyen un lazo de unión entre el libro y nosotros, como las cicatrices reconocibles en el cuerpo de un amante. Hay quienes prefieren no subrayar sus libros para no irrespetar su integridad. El día que le dije a Camilo que estaba escribiendo sobre esto, me respondió con un mensaje: “¿Estás escribiendo sobre el sacrilegio de subrayar libros, cuando tienes stickers y puedes hacer apuntes en una agenda? ¿De ese sacrilegio?”. Su tono pasó de horrorizado a didáctico: “Sorayda, los libros no se subrayan. Hay unos stickers que pones donde quieres recordar una cita. Si no puedes controlar tu impulso de rayar, rayas el sticker, y ya está”.

Es una opinión respetable, pero la dimensión de mi vínculo con un libro queda reflejada en las marcas que dejo en él. Si tuviera que presentar un alegato ante un tribunal, me ampararía en la sabiduría de Umberto Eco: “Por amor a un hermoso libro estamos dispuestos a cualquier bajeza”.

Antes de decidirme por la variedad de tonos azules de los lápices Alpino, subrayaba mis libros –considerando algunas excepciones– con rotuladores fluorescentes. Una........

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