En la introducción de “El atroz redentor Lazarus Morell”, Jorge Luis Borges le adjudicó más de 18 consecuencias a la llegada de los negros a América. Mencionó los blues de Handy, los 500.000 muertos de la guerra de Secesión, la admisión del verbo linchar en la decimotercera edición del Diccionario de la Academia, el musical ¡Aleluya!, la cruz y la serpiente en Haití (símbolos del vudú), el tamaño mitológico de Abraham Lincoln, el candombe y esa “rumba deplorable” conocida como El manisero.
Borges pensaba que los problemas de violencia con los negros, y la “devoción” hacia ellos que observó durante el tiempo que vivió en Estados Unidos, tenían sus orígenes en un error: educarlos. “Yo estuve en un congreso donde se discutían los problemas de la traducción y había poetas negros que afirmaban que ellos constituían una raza superior, una especie de hitleristas al revés y con menos razón, porque convengamos en que, de alguna manera, Alemania ha sido más importante para el mundo que el Congo”.
¿Cómo solucionar semejante entuerto? ¿Acudiendo a la vieja táctica de limitar las posibilidades de desarrollo de un........