Quienes amamos el fútbol pero creemos en los derechos humanos y nos indigna la corrupción estamos en un dilema frente al Mundial de Catar. Es difícil no emocionarse frente a acciones mágicas, como el golazo de chalaca de Richarlison en la victoria de Brasil contra Serbia. Pero es imposible mirar los partidos sin cierta culpa, al menos por dos razones.

Primero, la FIFA, cuyo comportamiento se aleja mucho del fair play que defendemos los apasionados del fútbol, otorgó la sede a Catar en medio de pagos indebidos a varios de sus altos directivos. Esa decisión ya suscitó sospechas cuando fue tomada, pues el Mundial sería realizado en un clima infernal y por un país sin tradición futbolística ni infraestructura deportiva adecuada para el certamen, mientras que otros aspirantes, como Inglaterra, cumplían los requisitos. Pero si había dudas de que hubo pagos sospechosos, las investigaciones periodísticas y judiciales posteriores las han despejado. Basta leer al respecto los reportes de periódicos como The Sunday Times o The New York Times, o mirar la serie de Netflix FIFA uncovered.

Segundo, el récord de Catar en derechos humanos es desastroso, como lo han mostrado los informes de Human Rights Watch o Amnistía Internacional, al menos en tres campos: i) los terribles abusos contra los trabajadores migrantes, que son el corazón de su fuerza laboral, debido al sistema llamado “kafala” que los somete casi totalmente al poder de sus empleadores y ha llevado a la muerte de miles de ellos desde que la FIFA le otorgó la sede a Catar; ii) la aguda discriminación contra las mujeres, que no solo deben soportar la poligamia sino que además, por ley, no pueden tomar decisiones fundamentales sobre su vida; iii) la persecución contra la población LGBTI, que llega a extremos como la criminalización de relaciones sexuales entre hombres adultos.

Si todo esto nos indigna, entonces deberíamos sabotear este Mundial y no ver ninguno de los partidos, pues esta Copa es tan escandalosa como la de 1978, disputada en Argentina. Hoy sabemos que a pocas cuadras del estadio Monumental, donde se jugó la final, quedaba la ESMA, que fue el más terrible centro de detención clandestino del régimen militar, cuya imagen fue parcialmente lavada por el furor futbolístico. ¿Qué atrocidades estamos entonces legitimando con este Mundial de Catar? ¿Y qué debemos hacer quienes defendemos los derechos humanos pero amamos el fútbol y nos queda muy difícil dejar de mirar, así sea de reojo, los partidos?

Como los llamados a sabotear el Mundial fracasaron, creo que, dependiendo de la situación, las personas tenemos responsabilidades diferenciadas: estamos quienes amamos el fútbol pero no tenemos ninguna incidencia frente al Mundial. Creo que tenemos un cierto derecho a la incoherencia y podemos disfrutar el Mundial sin tantas culpas, pues poco podemos hacer, fuera de condenar en nuestros espacios la corrupción de la FIFA y los abusos en Catar. Pero eso no se aplica a otros actores. Obviamente no a la FIFA, que tiene deberes claros frente a lo que ocurre en Catar, como lo mostró una columna de las colegas Diana Guarnizo y Paula Angarita. Por ello es lamentable la indulgencia del máximo organismo del fútbol mundial frente a las violaciones de derechos humanos. Y tampoco se aplica a los periodistas que cubren el Mundial, que no deberían banalizar los abusos cometidos en ese país, como lo hizo absurdamente César Augusto Londoño, quien contra toda evidencia buscó negar la discriminación y las violencias contra las mujeres en Catar.

Francamente, este Mundial de fútbol es difícil de catar y degustar, pero tal vez ejerciendo nuestro derecho a un cierto grado de incoherencia, terminaremos saboreándolo.

* Investigador de Dejusticia y profesor de la Universidad Nacional.

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Catar: fútbol y derechos humanos

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27.11.2022

Quienes amamos el fútbol pero creemos en los derechos humanos y nos indigna la corrupción estamos en un dilema frente al Mundial de Catar. Es difícil no emocionarse frente a acciones mágicas, como el golazo de chalaca de Richarlison en la victoria de Brasil contra Serbia. Pero es imposible mirar los partidos sin cierta culpa, al menos por dos razones.

Primero, la FIFA, cuyo comportamiento se aleja mucho del fair play que defendemos los apasionados del fútbol, otorgó la sede a Catar en medio de pagos indebidos a varios de sus altos directivos. Esa decisión ya suscitó sospechas cuando fue tomada, pues el Mundial sería realizado en un clima infernal y por un país sin tradición futbolística ni infraestructura deportiva adecuada para el certamen, mientras que otros aspirantes, como Inglaterra, cumplían los requisitos. Pero si había dudas de que hubo pagos sospechosos, las investigaciones periodísticas y judiciales posteriores las han despejado. Basta leer al........

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