Como reza la canción de Blades, sorpresas te da la vida, la vida te da sorpresas. Uno de los principales perdedores en las recientes elecciones en España, el actual presidente Pedro Sánchez, muy seguramente va a terminar siendo uno de los grandes ganadores. Las elecciones claramente no le dieron el triunfo a un partido que hubiera permitido materializar la principal característica de la democracia, que es la alternancia. Es más, los resultados fueron tan poco contundentes, que abrieron la puerta para que un cuestionable contubernio de perdedores se mantenga en el poder cuatro años más. Un artículo del diario La Razón señala que “la cita con las urnas deja una aritmética caprichosa -ninguno de los dos bloques consigue sumar mayoría absoluta- con un árbitro inesperado, Junts per Catalunya (JxCat)”. Los principales líderes de JxCat del partido de Carles Puigdemont (quien lleva casi seis años prófugo en Bélgica para evadir la justicia española), al tener certeza que sus siete diputados van a ser decisivos en la investidura pusieron encima de la mesa las dos condiciones que exige para permitir formar gobierno: amnistía y autodeterminación. La enorme ventaja que tienen los que defienden la integridad del reino es que, para llevar a cabo un referendo independentista, Sánchez requeriría las tres cuartas parte de los diputados, umbral que es casi imposible que logre.
El término “frankenstein” para describir el actual gobierno fue inicialmente utilizado por el antecesor de Sánchez en el gobierno, Alfredo Pérez Rubalcaba, quien hacía referencia al gobierno que en 2020 había formado Sánchez y del cual eran parte socialistas, podemitas, comunistas, independentistas radicales, moderados y nacionalistas de diversos territorios. El creador de Frankenstein, en la novela de Mary Shelley, se valió de fragmentos de cadáveres procedentes de las salas de disección, patíbulos y mataderos. Sánchez, un saltimbanqui político sin mayores escrúpulos -que haría sonrojar de envidia a nuestro Roy- en su día afirmó que aliarse con la izquierda radical le impediría dormir, pero, al igual que el Dr. Viktor Frankestein, hizo caso omiso de sus reticencias iniciales y metió al tálamo del poder a los que en su día había calificado de indeseables.
A Sánchez los electores no le cobraron sus alianzas non sanctas con los partidos de extrema izquierda, incluyendo los comunistas, los independistas y los dirigentes del aparato político y militar de la ETA. Sánchez también contó con el apoyo incondicional de la izquierda mediática, principalmente de El País, diario que nunca ocultó su abierto favoritismo hacia le izquierda, tildando a todo el que mostrara reservas sobre el gobierno como parte de la “extrema derecha”. Todo indica que la estrategia del miedo del PSOE y sus aliados les funcionó.
La segunda alternativa, que para el que escribe esta nota es menos probable, es que ante la posibilidad de que Sánchez arme un gobierno cuya legitimidad sea cuestionable, el rey (previa propuesta del Gobierno) considere necesario convocar nuevas elecciones antes de finalizar el año. Una tercera alternativa, aún más remota, es que el Partido Popular (PP) y los socialistas (PSOE) lleguen a un acuerdo para evitar que sean los extremistas y los independentistas los que terminen efectivamente gobernando.