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María era una joven inteligente y bella que mantuvo muy buenas relaciones con su hermana y con sus padres hasta el día que, Alejandro, su papá, oyó un golpe seco, un sonido que escucha aún hoy, ocho años después: el sonido de un cuerpo chocando contra el asfalto. La joven se había lanzado al vacío desde un piso 15.
Luego hubo gritos y carreras. Alejandro solo recuerda que en el ascensor sintió una mano en el hombro: «Y ahora ¿qué hacemos?». Era Dios, más perplejo y más aterrado que Alejandro, un médico que creía estar preparado para todo.
Nunca he puesto en duda esta «anécdota». Es el primer testimonio verosímil sobre la perplejidad de Dios, y es la primera vez que me simpatiza ese irascible Dios de los desiertos.
La fe de Alejandro es intermitente. «Yo también le temo a Dios, es olvidadizo (somos muchos), hace las cosas como quiere, o me sale con algún proverbio». Ha comprobado una dura verdad: «Los recuerdos son las........