Crítica de la razón impura
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A juzgar por la mayoría de comentarios del foro, la columna pasada fallé en mi propósito de confrontar un mal endémico en nuestro ecosistema cultural: la tendencia a menospreciar y descalificar sin más fundamento que prejuicios del tipo “Pese a sus seis libros y cuarenta años de oficio, X no merece que lo lea porque sospecho que es un poeta posudo y llorón”.
Esto, que puede sonar trivial, en el fondo, deliberada o inconscientemente, entraña un proceder agresivo, una manera desatenta de ―para usar un verbo actual― cancelar a una persona. Me dirán que cualquiera tiene la soberana facultad de desdeñar a un autor si le resultan antipáticos sus títulos o su semblante. Tienen razón. El peligro surge cuando quienes así actúan ejercen presuntas labores intelectuales y/o detentan roles efectivos de gestión cultural. Traten de imaginar, por favor, lo que pasaría si a cuanta bloguera/o, columnista, jurada/o de concurso, funcionaria/o, bibliotecaria/o, librera/o, profesor/a, editor/a de revista, director/a de festival o de feria les da por ignorar al poeta X a partir del supuesto de que es posudo y llorón. ¿Cómo queda X ahí? Me temo que anulado, aplazado, invisibilizado.
El sábado anterior,........
© El Espectador
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