Lear es el rey de una sociedad jerarquizada y feudal. Sus hijas, Goneril, Regan y Cordelia, crecen en el respeto y la obediencia al patriarca. La tragedia se desencadena cuando el padre le pide a cada una que declare la dimensión de su amor por él.
En 1989, empecé a estudiar Periodismo en la Universidad Pontificia Bolivariana. La emoción que despertó mi primera lección de Literatura murió cuando el profesor se dedicó a hacer bromas y comentarios inapropiados sobre el físico de algunas alumnas. “Rubia”, nos llamaba con tono lascivo: se acercaba tanto que sentíamos el calor de su aliento. Su mirada saboreaba bluyines y escotes como si fueran frutas en una plaza de mercado. Con 18 años, sin #MeToo ni canales de denuncia, rechazar al agresor fue el escape de mi instinto… con las consecuencias académicas que se derivan de ello. El examen final fue un ensayo sobre El rey Lear, de William Shakespeare.
Le pedí a mi tío David Jiménez, profesor de Literatura de la Universidad Nacional (UN) sede Bogotá, que revisara mi trabajo antes de entregarlo. Aquel semestre de latigazos culminó en el cadalso: después de disciplinadas sesiones de escritura, discusiones y lecturas en voz alta (¡pasadas por el filo de semejante cuchilla!), sin condescendencias, mi tío consideró que el ensayo estaba “listo”.
Reprobé.
“Come not between the dragon and his wrath!” (Acto 1, escena 1).
Los círculos intelectuales están convulsionados por las denuncias en contra de Boaventura de Sousa Santos. Acusaciones de violencias basadas en género y explotación intelectual transformaron el escrache en una denuncia con rigurosidad académica.
Desde el surgimiento del #MeToo, como profesora universitaria y periodista, he acompañado muchas denuncias. En Blu Radio, hemos expuesto cómo la cultura patriarcal convierte los títulos académicos en adarves que salvaguardan la “integridad” de doctorados y posdoctorados. Primero, la UN sede Bogotá; luego, la Pontificia Universidad Javeriana; ahora, la Facultad de Minas de la UN sede Medellín.
En las búsquedas de información sobre los profesores Oswaldo Ordóñez y Farid Cortés, navegué en Instagram por @malasororidad, una cuenta de escrache contra docentes de la UN sede Medellín. Los testimonios 24, 46, 58, 60, 62 y 63 denuncian a mi profesor de Literatura: Raúl Botero. “No hay un proceso institucional de denuncia contra este profesor”, señala la publicación. Una fuente directiva de la universidad me dijo: “Él se jubiló antes de que lo echaran por acosador”.
Para el Festival Gabo, entrevisté a Rebecca Corbett, editora de investigación en The New York Times. Detalló la metodología de las pesquisas contra Harvey Weinstein y narró el costo personal, social y profesional de ejercer el periodismo con enfoque de género; la autorreflexión, devastadora, que suscita.
En 2001, ingresé a la maestría en Historia de la UN; al salir de una clase sentí una voz familiar, un eco, del otro lado del corredor: “¡Rubia!”.
Tres décadas de impunidad, con las formas intactas —de acuerdo con los testimonios publicados—. ¡30 años de “presunción de inocencia”!
¿“Inquisición”? ¿“Cancelación”?
Sobre las denuncias recientes, la UN publicó un comunicado con algunas restricciones —insuficientes— a los profesores investigados. Medidas ahogadas por el sopor de los “canales institucionales”.
¡Malditos los reyes protegidos por burocracias infranqueables! Ni siquiera una mujer en la Rectoría ha podido enfrentar a los dragones que custodian esos tronos.
Que las palabras de Cordelia sean presagio: “El tiempo mostrará toda doblez: si encubre, luego ríe con desdén”.
Los reyes malditos
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21.04.2023
Lear es el rey de una sociedad jerarquizada y feudal. Sus hijas, Goneril, Regan y Cordelia, crecen en el respeto y la obediencia al patriarca. La tragedia se desencadena cuando el padre le pide a cada una que declare la dimensión de su amor por él.
En 1989, empecé a estudiar Periodismo en la Universidad Pontificia Bolivariana. La emoción que despertó mi primera lección de Literatura murió cuando el profesor se dedicó a hacer bromas y comentarios inapropiados sobre el físico de algunas alumnas. “Rubia”, nos llamaba con tono lascivo: se acercaba tanto que sentíamos el calor de su aliento. Su mirada saboreaba bluyines y escotes como si fueran frutas en una plaza de mercado. Con 18 años, sin #MeToo ni canales de denuncia, rechazar al agresor fue el escape de mi instinto… con las consecuencias académicas que se derivan de ello. El examen final fue un ensayo sobre El rey Lear, de William Shakespeare.
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